Dakota.
escribo porque la luz es más rápida que el sonido.
Escribo esto con la panza hecha nudo y la garganta cerrada. Hay días en los que las ausencias pesan más que otros, en los que las personas que he perdido—no porque ya no habiten este mundo, sino porque nuestras conexiones se desvanecieron—se me aparecen de golpe: amistades, amores, maestros de vida. Un desfile silencioso de lo que ya no es.
No sé cómo fue que terminé en tu perfil, pero ahí estaba, buscándote. Ver que estás bien me dio gusto, ver que tu salud ha mejorado y que volviste de vacaciones me llenó de alivio, pero junto con eso vino el coraje. No entiendo tu decisión de cortarme de raíz.
No es solo el hecho de no saber de ti lo que me duele, es esa frialdad con la que decides, sin vuelta atrás, que alguien deje de formar parte de tu vida. Lo he visto desde ambos lados. No te es fácil, lo sé, pero eres tajante, y lo entiendo. Esa es tu esencia, esa determinación que construye tu camino y que hace que tu nombre resuene con firmeza en cada paso que das.
Recuerdo tantas cosas. Recuerdo los proyectos que soñamos juntas, esas ideas que nos hacían brillar los ojos. Con miedo y todo, íbamos. A veces de la mano, otras por nuestro lado, pero siempre con la certeza de un apoyo mutuo.
Y a veces, aún hoy, me sorprendo a mí misma queriendo preguntarte qué pensarías de algún nuevo proyecto, si te gustaría tal atuendo, o si me recomendarías ir a cenar al nuevo lugar que todos comentan. Podría escribirte y esperar tu respuesta en 36 horas, pero he decidido ya no hacerlo. No sé qué hacer con todo el cariño que aún te tengo.
Nunca creí que un corazón roto por una amistad pudiera doler más que uno roto por amor, pero me dueles más tú. Y aquí estoy, con este dolor que no sé dónde poner, que trato de esquivar a toda costa. Ya no importa cuánto lo intente, sé que estoy fuera del juego. No hay vuelta atrás.
Ya dejé de buscarte en nuestro café favorito. Dejé de ir, incluso. Ya no busco tu camioneta en esa ruta. Dejé de pedir esa ensalada que compartíamos y busqué otra cafetería, otro menú, otra ruta. Algo que no te traiga de vuelta con cada esquina que doblo.
Todavía quiero recomendarte libros y canciones, ir juntas a clases, verte dar las tuyas, ayudarte a prepararlas. No quiero que la única vez que escuche tu voz sea cuando estás en la radio.
De ti aprendí a amar la radio, y ahora que empiezo mi propio proyecto, muero por compartirlo contigo. Lo único que puedo decirte, desde esta distancia, es gracias. Fuiste esas manos que me sostuvieron cuando más lo necesitaba, fuiste mi luz en la oscuridad. Gracias, eternamente.
Nat.