dejar el ego afuera.
escribo esto tomando mi latte favorito.
escribo escuchando a kendrik.
Hace menos de seis meses comencé a entrenar un nuevo deporte. Yo, que nunca había sido deportista por convicción sino por obligación, había dejado atrás cualquier actividad física en cuanto pude olvidarme de las clases de educación física donde solo corrías sin sentido alrededor de la cancha. Durante mucho tiempo, mover mi cuerpo se sintió como una carga, una tarea más que cumplir, y no algo que pudiera disfrutar. Cuando finalmente encontré algo que me llenaba —bailar—, la vida se interpuso y tuve que dejarlo.
A mis 25 o 26 años, retomarlo dejó de parecer una opción. Me repetía que ya era "muy mayor", que "era tarde para aprender ballet", y esas ideas me hicieron postergar cualquier intento.
Fue más por la insistencia y el entusiasmo de mi entorno que terminé probando este nuevo deporte. Lo hice sin grandes expectativas, pero para mi sorpresa, me encontré disfrutándolo. Descubrí un espacio que me invitaba a explorar habilidades que ni siquiera sabía que tenía, habilidades que habían estado dormidas dentro de mí.
Les cuento esto porque cada vez que salgo de la cancha, me llevo una lección nueva. Hoy fue: deja el ego de lado.
Es un equilibrio constante: celebrar los pequeños logros y aprendizajes sin dejar que se conviertan en un motivo de arrogancia. Reconocer mis avances con orgullo, pero sin olvidar que siempre hay más por aprender. Curiosamente, esta lección ni siquiera iba dirigida a mí, pero la vida tiene formas extrañas de enviarte mensajes que necesitas escuchar.
Me recordó que mis logros, aunque pequeños, son importantes. Los llevo dentro con cariño, aunque a veces los olvide. Esa misma noche, recordé una frase que leí hace poco: "A veces es mejor empezar desde cero rodeada de extraños, porque ellos no te dejan hacerte pequeña".
Es cierto. Estar en un ambiente nuevo, sin expectativas previas, se convierte en una oportunidad para mostrar tu valor, tu conocimiento y, sobre todo, tu disposición para aprender.
Este deporte me ha enseñado que nunca es tarde para empezar de nuevo, que las etiquetas de "muy mayor" o "muy tarde" son excusas que nos imponemos para no enfrentarnos a lo desconocido. Mover mi cuerpo dejó de ser una obligación y se convirtió en un acto de reconciliación conmigo misma. Hoy sé que mi aprendizaje no tiene un límite y que mi mayor logro es permitirme ser aprendiz, sin importar la edad o el escenario.