A veces, México parece un país obsesionado con el crimen. No el crimen como realidad —que nos persigue con estadísticas frías y cifras que crecen— sino el crimen como espectáculo. Hay casos que se incrustan en la memoria colectiva, que se narran una y otra vez con variaciones, con nuevos matices, con hipótesis que van desde lo más racional hasta lo francamente conspiranoico. Y si hay un caso que marcó a toda una generación, fue el de Cumbres.
En 2006, la historia de Diego Santoy y Erika Peña Coss se convirtió en la pesadilla de los noticieros. Dos niños brutalmente asesinados, una pareja joven y una narrativa que cambiaba según quién la contara. Desde el principio, los medios pintaron a Santoy como el único culpable, pero el morbo alrededor del caso permitió que se tejieran cientos de teorías: ¿fue un crimen pasional? ¿Una historia de manipulación? ¿Un encubrimiento de alguien más poderoso? La versión de los hechos se fragmentó en un caleidoscopio de posibilidades, alimentadas por entrevistas, filtraciones y, más recientemente, por TikTok.
Porque sí, casi dos décadas después, el caso sigue vigente. En redes sociales, en podcasts, en videos con estética de true crime donde se vuelve a cuestionar el papel de Erika Peña Coss. Algunos aseguran que su familia influyente la protegió, que Diego fue un chivo expiatorio, que la verdad sigue enterrada bajo las versiones oficiales. Otros insisten en que la historia ya se contó como es: un crimen atroz perpetrado por un joven despechado.

Sin embargo, en la era del internet y del acceso masivo a la información, hemos visto el auge de investigadores amateurs que, sin las herramientas necesarias, reconstruyen casos desde su percepción personal. Se sumergen en archivos policiales, entrevistas y recortes de periódicos, pero sus conclusiones rara vez resisten el análisis serio. La falta de rigor en estas indagaciones a menudo genera más desinformación que respuestas, provocando una sobreabundancia de teorías que sólo ensombrecen más la verdad. ¿Qué tan útil es esta reconstrucción colectiva del crimen cuando no tenemos todas las piezas del rompecabezas? ¿Podemos aspirar realmente a entender un caso en su totalidad, o sólo nos acercamos a una versión conveniente de la historia?
Es en este contexto que Javier Munguía publica El caso Cumbres, un libro que promete "toda la verdad" sobre los crímenes de Diego Santoy. Pero, ¿se puede contar toda la verdad en un caso donde la verdad parece elástica? ¿Dónde las versiones dependen de quién las narra y con qué intención? Quizá por eso sigue siendo tan fascinante. Porque en México, los crímenes no sólo se cuentan, se reinterpretan, se convierten en relatos que desafían la certeza. Tal vez este libro nos permita ver el caso bajo una nueva luz, replantearnos lo que creíamos saber y preguntarnos qué más se oculta en los archivos.
Y ya que estamos en esto, te invito a leer El caso Cumbres en el club de lectura de este mes. Vamos a discutirlo juntas, sin tapujos, sin juicios, con la curiosidad que nos caracteriza. ¿Te animas?
Actualización de post tras la lectura del libro.
Una revisión incómoda y necesaria al caso Cumbres
Todo lo que creemos saber sobre el famoso caso Cumbres es puesto en tela de juicio en este libro, no porque el autor lance preguntas al aire gratuitamente, sino porque se dio a la tarea de realizar la investigación profunda que hacía tanta falta. En 19 años, los medios de comunicación no nos han presentado (o no han querido presentar) una versión diferente, posiblemente porque no es "la narrativa que vende".
Este libro no tiene miedo de incomodar; por el contrario, lo hace con propósito. Sí, hay momentos en los que la lectura puede ser gráfica, pero no es gratuito ni sensacionalista. Es la cruda narrativa de lo que sucedió en la residencia de los Peña Coss, contada desde un enfoque que busca acercarse lo más posible a la verdad, dejando de lado prejuicios y especulaciones.
Lo que más destaco de este trabajo es cómo se da voz y visibilidad a las historias desde dos perspectivas fundamentales: por un lado, las participaciones de Azura y Éricka, y por otro, una semblanza de los hermanos Peña Coss, quienes fueron las principales víctimas de este trágico caso. Además, el autor construye una narrativa de los hechos desde lo más cercano a la imparcialidad, con una reconstrucción meticulosa que incluye el uso de hemerotecas y un esfuerzo por hilar los eventos en un orden cronológico claro.
Este libro es incómodo porque nos obliga a confrontar la versión que los medios, influencers y youtubers han replicado sin llevar a cabo investigaciones serias. Es incómodo porque expone las falencias del sistema judicial mexicano, recordándonos cómo la abogada Raquenel Villanueva jugó un papel crucial en el juicio mediático, y cómo las víctimas, en lugar de ser protegidas, fueron sometidas al escrutinio público y al morbo colectivo.
Reflexionar sobre la ausencia de perspectiva de género, el mal manejo de la exposición mediática y la falta de cuidado a las víctimas es inevitable tras leer estas páginas. Este no es un libro fácil de leer, pero es necesario. Es una invitación a cuestionar, exigir transparencia y analizar cómo la verdad puede ser manipulada por quienes controlan la narrativa. Una lectura que no solo informa, sino que confronta y sacude.