El Rumor de Ashley Audrain: una historia que no termina de contarse
Escribo esto casi un mes después de haber terminado el libro. Son ideas masticadas, digeridas, pensadas, que se rebotaron en el club de lectura, que se quedaron en el aire un rato antes de aterrizar aquí. No es una reseña entusiasta, tampoco una de odio. Es, simplemente, la reseña de un libro que me quedó a deber.
Expectativas y primeras impresiones
A veces un libro llega con todo el ruido del mundo y a veces ese ruido no es más que eco. El Rumor me atrapó por muchas razones: su autora, Ashley Audrain, tuvo una novela debut que sonó por todos lados y que impresionó a más de un lector de criterio confiable. Mi olfato lector me dijo que aquí había algo prometedor. Se equivocó.
No había leído El Instinto antes, y después de esto, creo que no lo haré. Entré esperando un thriller con peso, algo que me hiciera sostener el libro con fuerza y que me llenara la cabeza de preguntas, de dudas incómodas. Pero terminé con algo que, aunque bien escrito, no se atrevió a ir más allá de lo estético.
La historia que se queda a medias
El misterio alrededor del accidente de Xavier prometía ser el centro de la novela, pero en realidad, lo rodeamos sin llegar nunca a tocarlo de frente. Su madre guarda silencio, su presencia es casi inexistente, y lo que podría haber sido un detonante narrativo queda relegado a una historia que no logra explotar del todo. En el club de lectura nos preguntamos si Xavier tenía tendencias suicidas, si había algo más detrás de su historia. Pero no hay suficiente material en el libro para sostener siquiera una teoría.
Las cuatro mujeres protagonistas —Whitney, Blair, Rebecca y Mara— tienen más una cercanía física que una verdadera conexión. En este vecindario donde el chisme y la apariencia pesan más que la verdad, la amistad parece una ilusión. El Rumor explora la maternidad, la amistad femenina y los secretos, pero lo hace desde una superficie en la que la profundidad es opcional.
Personajes que se desdibujan
Si algo sentí al leer esta novela es que los personajes estaban faltos de carácter. Si tuviera que elegir uno que se quedara conmigo, sería Mara, porque su historia se nos cuenta a través de la ventana, de un monólogo interno que prometía mucho, pero que termina siendo apenas un murmullo.
La relación entre Whitney y Blair me parece la antítesis de la amistad femenina: un vínculo de comparaciones constantes, de envidia disfrazada de cercanía, de poco interés genuino. Rebecca, por otro lado, es el daño colateral de toda esta historia. Su camino hacia la maternidad es el que menos se menciona, aunque debería ser una conversación más presente en cualquier historia que hable de la gestación, la infertilidad y el duelo de perder a un hijo antes de que llegue a serlo.
Mara, como observadora de este vecindario, es ternura, es ironía, es lástima y es venganza. Es la voz del duelo perpetuo que no se resigna.
¿Qué queda después de cerrar el libro?
La maternidad, nos propone Audrain, no es sinónimo de amor incondicional. No todas las mujeres quieren ser madres, y está bien decirlo. En el club coincidimos en que cada vez es más complicado tomar la decisión de maternar, que es un pensamiento que cada vez resuena más fuerte. El Rumor pone sobre la mesa la duda, pero no la desarrolla lo suficiente como para convertirse en una novela que realmente dialogue con ella.
Y sí, logra transmitir emociones y tensiones, pero desde un punto de vista muy particular, uno que no es universal, pero que sí es fiel a su intención.
¿Vale la pena leerlo?
No diré que no. Pero tampoco lo recomendaría a alguien que busque un thriller de esos que se sienten en el pecho. Es un libro para quien quiere retomar el hábito de la lectura con una historia sencilla y bien escrita, sin demasiadas pretensiones.
Ashley Audrain tiene una forma interesante de escribir. Es lo que más rescato de esta experiencia. Su capacidad de mantenerte leyendo sin revelarte demasiado es admirable, aunque en este caso, siento que me dejó esperando más.
Tal vez el mayor problema de El Rumor es que, al final, se siente como su propio título: algo que se dice, que se escucha, pero que nunca llega a ser una verdad contundente.