Este libro llegó a mis manos con un presentimiento: algo en él me iba a sacudir. Y no me equivoqué. La vegetariana es una historia sobre silencios, sobre ausencias, sobre lo que sucede cuando alguien decide, de repente, salirse del molde. Es la historia de Yeong-hye, una mujer que un día deja de comer carne tras una serie de sueños perturbadores. Lo que podría parecer una decisión sencilla, casi irrelevante, se convierte en una rebelión que la enfrenta con su familia, con su cuerpo y con la sociedad entera.
La prosa de Han Kang: un golpe suave y certero
Han Kang escribe con una dulzura afilada, con una precisión que no deja espacio para el escape. Su prosa es poética, evocadora, pero no se pierde en adornos innecesarios. Con frases contenidas, con imágenes que parecen inocentes hasta que se clavan en la piel, la autora construye una historia inquietante en la que el cuerpo es el epicentro del conflicto.
Me impresionó cómo logra narrar la violencia de una manera casi etérea. Lo gráfico yuxtaponiéndose con lo tierno, la crudeza mezclándose con lo mágico. Su estilo hace que lo terrible no sea del todo tangible, como si lo viéramos a través de un vidrio empañado, sintiéndolo sin poder nombrarlo del todo.
Una historia contada desde los márgenes
La novela se divide en tres partes: La vegetariana, La mancha mongólica y Los árboles en llamas. Cada una está narrada desde la perspectiva de alguien más. Nunca desde Yeong-hye. Su historia no le pertenece. Su voz es un eco contado por otros: su esposo, su cuñado, su hermana.
Desde el inicio, sabemos que no tiene identidad propia. Su esposo la ve como un accesorio, un elemento más en su vida monótona. Su cuñado la observa como una musa, pero no como una persona. Su hermana es la única que, en algún punto, parece verla de verdad, aunque demasiado tarde. Esta ausencia de voz no es un descuido narrativo; es el centro del problema. Yeong-hye existe a través de los ojos de los demás y su decisión de volverse vegetariana es, en realidad, su primer acto de autonomía.
Pero nadie lo entiende así. Para su familia, su negativa a comer carne es un desafío. No una preferencia, sino una afrenta. Y así empieza su espiral descendente.
El cuerpo como campo de batalla
Yeong-hye no solo deja de comer carne. Poco a poco, empieza a dejar de comer. Empieza a desaparecer. Quiere convertirse en árbol. Quiere dejar de ser humana. Quiere estar en paz.
La novela se sumerge en los límites de la cordura, en la desconexión con el cuerpo, en la relación entre la salud mental y el entorno opresivo. Se habla de la violencia de una sociedad que vigila, que exige explicaciones, que no permite desvíos. Nadie trata de entender a Yeong-hye. Solo intentan corregirla, devolverla a la normalidad.
Me resultó devastador ver cómo la salud mental de Yeong-hye no es tomada en cuenta. Ni siquiera cuando está internada en un hospital psiquiátrico hay un esfuerzo real por comprenderla. No es una paciente. Es un problema que hay que solucionar.
Los personajes y sus roles en la historia
Los hombres en la novela son el reflejo de una estructura que no se tambalea. El esposo de Yeong-hye es un hombre promedio, sin más ambición que la comodidad. Su cuñado es un artista obsesionado con la estética, con la transgresión, pero sin ética alguna. Para ambos, Yeong-hye no es más que una idea, un concepto que pueden moldear a su conveniencia.
Las mujeres, en cambio, están atrapadas. La propia Yeong-hye decide dejar de existir como respuesta a una vida que nunca eligió. In-hye, su hermana, se aferra a la estructura, intenta sobrevivir dentro del sistema, pero sufre las consecuencias de esa elección. Me resultó impactante ver cómo, en algún punto, In-hye envidia a Yeong-hye. No porque quiera estar en su lugar, sino porque ve en ella una libertad que jamás se ha permitido.
Lo que me dejó esta lectura
Terminé el libro con una sensación de vacío. Me hizo pensar en cómo habitamos nuestro cuerpo, en las normas invisibles que seguimos sin cuestionar. Me dejó con repulsión en algunos momentos: en los sueños de Yeong-hye, en las escenas sexuales ambiguas, en la violencia silenciosa que atraviesa cada página.
Han Kang no ofrece respuestas. Solo nos muestra el proceso de alguien que decide desconectarse del mundo mientras los demás intentan aferrarse a la idea de que sigue ahí. La vegetariana es inquietante, hermosa y devastadora. No es una lectura fácil, pero es imposible ignorarla.
Al final, me quedan preguntas: ¿la anorexia de Yeong-hye fue la vencedora? Más allá de su desaparición física, ¿qué sucede con su familia? ¿Su cuñado la extraña o solo extraña la idea que tenía de ella? ¿In-hye se libera o queda atrapada en la misma estructura? ¿Alguien llega a entender a Yeong-hye, o su historia se diluye en la ignorancia de los demás?