Punto de cruz, o cómo bordamos nuestras memorias
Leí Punto de cruz en lectura conjunta con las chicas de Lectoras. Y aunque no fue la primera vez que leía a Jazmina Barrera, sí fue la primera vez que sentí que alguien bordaba en palabras lo que tantas veces no he sabido nombrar.
Me acerqué al libro por muchas razones: porque conocía el nombre de la autora, porque la portada es preciosa y porque en una visita a librería alguien me lo recomendó con ese gesto que sólo las amigas lectoras saben hacer: con los ojos encendidos de cariño, como si me estuvieran confiando un secreto.
No esperaba mucho, la verdad. Solo quería una historia linda. Y la obtuve. Pero no una linda cualquiera: una historia que, con calma y sin aspavientos, habla del duelo, de la amistad, del paso del tiempo y de la juventud como ese regalo fugaz que se nos escurre entre las manos sin darnos cuenta.
Mientras leía, me invadieron la nostalgia, la alegría y una sensación rara que sólo puedo llamar añoranza por algo que nunca viví.
Esa frase de “no puedes extrañar lo que no has vivido” se tambaleó completamente. Porque aunque nunca hice un viaje internacional con mis mejores amigas a los 19 años, ni compartí una casa llena de vinilos, libros y risas adolescentes, Jazmina me hizo desear haberlo hecho. Me prestó sus recuerdos, sus diarios, sus cartas. Y con eso bastó.
El libro está lleno de gestos íntimos: cartas, fragmentos de diario, listas de canciones. Cada página es como abrir una caja de memorias ajenas, de esas que se guardan con fotos, flores secas y retazos de tela. Es una lectura que no exige, pero que da mucho.
Nunca había pensado tanto en el bordado. En lo que significa bordar como acto de memoria, como una forma de conectar con quienes vinieron antes. Jazmina lo convierte en un hilo narrativo y simbólico, y de pronto me dieron ganas de aprender a bordar. De verdad.
En Punto de cruz, la amistad femenina se siente real. No idealizada. Reconocí en Mila, Dalia y Citlali algo mío: mis ganas adolescentes de hacer todo al mismo tiempo, de vivir rápido, de confiar en las amigas como si fueran casa. Pensé en mis propias amistades, en las que ya no están, en las que a veces se disuelven sin despedida.
Y entendí algo importante: cada quien borda sus recuerdos con su propia técnica, con su hilo preferido. La memoria nunca es confiable, pero sí profundamente personal.
Este no es un libro que te cambia la vida. Es un libro que te acompaña en silencio y te deja con una sonrisa suave. Me hizo agradecer por quienes fueron mis amigas en algún momento, por todo lo que compartimos y por todo lo que ya no somos.
No tiene un gran final porque la vida tampoco lo tiene. Y eso me pareció justo, honesto. Terminarlo me dejó ligera.
Si pudiera escribirle a Jazmina…
Le diría gracias. Gracias por recordarme que las amigas son la familia que elegimos a los gritos, entre errores, pasiones y viajes que a veces no se hacen. Le diría que su libro me hizo querer escribir más cartas y guardar con cuidado los recuerdos que aún me caben en el pecho.
Recomiendo Punto de cruz a todas las lectoras que quieran leer algo tierno y acogedor, que quieran un libro para subrayar, para regalarle a una amiga de la infancia, o simplemente para recordar quién fuiste antes de que la vida se volviera urgente.